- Hoy estas increíble.
Yo sonreí y entramos a desayunar. Tú, un cruasán; yo, pantumaca, como siempre. Al terminar, nos largamos en tu moto y dejamos la mía atada con nuestro candado. La noche anterior prometiste llevarme a Cádiz de compras, y así lo hiciste. Mientras caminábamos por la Avenida de Andalucía y yo contemplaba los escaparates, te paraste a saludar a un amigo. Entonces me acerqué a Zara y vi los tacones de mi vida. Negros, altos y con la punta exactamente como me gusta. Me abrazaste por detrás y me dijiste:
- Yo te los regalo, princesa.
Me giré y te abracé tan fuerte como pude. Sonreímos y entramos. Justo después de comprarlos me dijiste:
- Tendrás que estrenarlos conmigo, ¿no? Te invito esta noche a la base.
Los dos nos reímos y volvimos a la moto. Me llevaste a casa y, cuando llegamos, quedamos en que volverías a buscarme a la misma hora de siempre: las carne y hueso y un minuto para el pellejo. A las carne y hueso y dos minutos para el pellejo bajé, con mi vestido negro, mis tacones nuevos y mi pelo largo y rubio perfectamente planchado.
- Esta mañana estabas increíble, pero es que, joder, ahora estás de infarto.
Me subí a tu moto y condujiste hasta la base. Después de mucha pizza, mucho helado, mucho tabaco, volvimos a nuestra playa, a nuestro hueco, a nuestras noches de agosto. Y allí, frente las luces de Cádiz..
- Me cansé de pizza, de helado, de tabaco.. pero imposible cansarme de ti.
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